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Los problemas de las personas sin techo
El poblado se desparrama por lugares que pronto serán ocupados por parques, hoteles y pisos

Los últimos en llegar.Las chabolas más recientes se levantaron los últimos meses en un solar próximo al puente del Treball Digne
Una ciudad de chabolas crece lentamente en el barrio de la Sagrera. En este lado de Barcelona siempre brotaron infraviviendas, pero nunca tantas como ahora. En estos momentos los refugios rondan el centenar. A veces resulta difícil contarlos, diferenciarlos. El corazón de este gran poblado se levanta frente a las obras de la estación ferroviaria de alta velocidad, y últimamente también se desparrama por los alrededores, a lado y lado, como si brotaran barrios periféricos. Antes o después las máquinas barrerán todas estas construcciones, y toda esta gente que de algún modo vive aquí tendrá que marcharse a otro sitio.
Antes o después las administraciones tendrán que decidir qué hacen con estas personas. Muchas están ya acostumbradas a que las echen. Apenas encogen los hombros cuando les preguntan por su futuro. Aquí se erigirán el parque más grande de Barcelona, docenas de habitaciones de hotel, miles de viviendas, equipamientos, comercios...

Las de los gitanos rumanos son las construcciones que de la Sagrera que mejores condiciones reúnen
Abdel suma al menos un par de años en los alrededores de la futura estación. Hace pocos meses abandonó su chamizo en el corazón de esta ciudad y se mudó al otro lado de una de las vallas de las obras en marcha porque algunos de sus nuevos vecinos le robaron su chatarra varias veces. En un rincón entre dos muros plantó su tienda, y la cubrió con unas lonas. Llegas luego de bajar un terraplén atestado de desperdicios. Para no resbalarte con la basura has de agarrarte a unos hierros oxidados.

Abdel, en el interior de su refugio
“Es que algunos de los últimos en llegar a veces van y te roban. Muchos se pusieron cerca de ese puente –dice señalando hacia el puente del Treball Digne, hacia un solar repoblado estos últimos meses, hacia uno de los futuros extremos del que será el parque más grande de Barcelona–. Cada día viene más gente. Aquí estoy más tranquilo. Un día de estos limpiaré los alrededores... Aquí hay cosas que se pueden vender”.
Como una urbe que no para de crecer, el poblado se divide en barrios, unos más míseros que otros
De todas formas en esta ciudad no puedes instalarte donde quieras. Unas pocas personas merodean por los alrededores, y por las noches duermen en colchones, ocultas en unos jardines tras unas dependencias municipales. Si quieres montar aquí una chabola necesitas el consentimiento de los demás, de los vecinos que te quedarán más cerca. Una vez tengas su confianza puedes coger cuatro maderas...
Los más reservados, discretos y recelosos son los gitanos de Europa del Este. Se concentran en familias principalmente en tres pequeños solares vallados. Son en verdad los vecinos de la que vendría a ser la zona alta de esta ciudad, quienes más tiempo llevan por aquí, quienes ya hicieron de todo esto su modo de vida. Sus chabolas son las más grandes y apañadas, algunas tienen placas solares y mesas de jardín, juguetes infantiles y macetas con plantas, cocinas y porches...

Abdel dice que tanta gente se dedica ya a la búsqueda de chatarra que cada día ha de alejarse un poco más para hallar algo que merezca la pena
Y a su alrededor se erige una treintena de precarias construcciones adosadas, muy pequeñas, apenas cuatro paredes y un techo, para una o dos personas cada una. Aquí viven sobre todo hombres jóvenes de origen magrebí. Dicen que no tienen ni agua ni electricidad ni gas... A pesar de ello procuran que los alrededores de sus habitáculos presenten un aspecto digno. Aún quedan algunos párrafos para las escenas más luctuosas. “La policía viene de vez en cuando –añade Abdel–, sobre todo cuando investiga un robo o algo así, a preguntarnos, y si te ven una bombona de butano se la llevan, por seguridad. También vienen de los servicios sociales, a menudo, y toman notas. Muchos tienen una persona encargada”. Algunos se las apañan con un camping gas. Dos hombres toman el té sentados en sillas de plástico
La Perona
Fue el barrio de barracas que proliferó en esta zona a mediados del siglo pasado y en el que llegaron a vivir unas 5.000 personas. A finales de los ochenta, cuando quedaba medio centenar de chabolas, se construyó el parque de Sant Martí y el poblado desapareció
Antes o después las administraciones tendrán que decidir qué hacen con estas personas
Abdel, de 36 años, de Fez, de Marruecos, con el padrón, el pasaporte y el permiso de residencia caducados desde hace años, dice que ya son tantos aquí dedicados a la búsqueda de chatarra que cada día tiene que pedalear un poco más para encontrar algo que merezca la pena. “La culpa es del consulado, que no te ayuda a renovar el pasaporte. Así no hay modo de conseguir un trabajo normal”.

La mayor parte de estas construcciones son tremendamente precarias
Abdel muestra varios títulos de cursos de formación. “Con la chatarra un buen día ganas 50 euros, y otro apenas nada, y así no puedes pagar ninguna habitación. Mi madre me dice que aguante, que al final saldré adelante”. Un buen día a lo mejor te encuentras un rollo de cobre y lo vendes a seis euros el kilo, y otro por un montón de trastos no te dan más de 20 céntimos. “Luego se te va todo en el supermercado en comida preparada, porque no puedes cocinar, y en un café con leche caliente”. Abdel se ducha todos los días en la playa, y allí también hace la colada.

Yassen posa en entre las precarias chabolas y la chatarra que se acumulan bajo el puente de Calatrava
La gente que vive, pasea y aparca en los alrededores corrobora que todo esto no hace otra cosa que crecer, y arruga el gesto. A los consultados, lo que más le molesta, es encontrarse todo el rato con tanta miseria. Al otro extremo, bajo el puente de Calatrava, encontramos los montajes más descorazonadores. Un hombre con las pupilas del tamaño del ojo de un alfiler dice bien lánguido que sí, que ahí todos se entienden, que al lado hasta tienen una fuente. “¿Papeles? ¿yo? Para nada –responde arrastrando sus palabras, con un deje muy opiáceo–. Con todas las cosas que tengo con la policía a mí no me darán nunca los papeles”.
Entretanto Abdul dice que no quiere aparecer en ninguna fotografía, que le dijo a su madre que vive en un piso como Dios manda, que le da vergüenza. Yassen, en cambio, se muestra más dicharachero. “Yo es que ahora me tengo que ir –tercia un veinteañero con un aspecto muy pulcro-. No, no tengo papeles, pero hago mudanzas y cosas así”. “Yo también tengo algunas cosas pendientes –reconoce Abdul– a ver si me las quito de encima y salgo de aquí... ¡Muchas gracias por su visita! Vuelvan cuando quieran”. Y a modo de hospitalario regalo ofrece unas varitas de incienso.
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