Metropoli
El Ayuntamiento es consciente del problema y ha puesto en marcha dispositivos en los que colaboran distintos cuerpos de seguridad, pero prima la percepción de vulnerabilidad
En Pubilla Casas, en L’Hospitalet de Llobregat, la paciencia de vecinos y comerciantes ha llegado al límite. El Ayuntamiento se ha volcado en la lucha contra la inseguridad, pero prima, al margen de los mejores datos, o de las operaciones puestas en marcha con distintos cuerpos de seguridad, la percepción y la idea de que todo ha cambiado demasiado.
Las calles, antaño llenas de vida y de ese bullicio familiar que distinguía a los barrios obreros, hoy son escenario de quejas, de carteles de advertencia y de grupos de WhatsApp que han tomado el lugar de las viejas rondas vecinales.
"Inseguridad, suciedad y desidia institucional” se han convertido en el pan de cada día en un barrio donde muchos hablan de “abandono absoluto”.
Trasfondo de tensión
La postal es la de un barrio popular, casi de pueblo, pero con un trasfondo de tensión que se respira en el aire.
Casi cada comercio tiene en su puerta un cartel de advertencia: “Vecinos y comercios organizados contra la delincuencia. Información en grupos de WhatsApp y Telegram”. Es un "recordatorio" de que los vecinos han decidido tomar cartas en el asunto.
La falta de agentes es uno de los grandes problemas: L’Hospitalet sufre una crisis en la Guardia Urbana, con más de la mitad de la plantilla de baja y un convenio laboral bloqueado desde hace nueve años. La consecuencia es un barrio sin patrullas.
Comercios en pie de guerra
Erika, que lleva 20 años al frente de un herbolario junto a su marido, explica que la "delincuencia" afecta cada vez más a los negocios de la zona.
“Antes había otro perfil de cliente, pero en los últimos seis o siete años todo ha cambiado", dice.
Aunque su tienda no ha sufrido robos, reconoce que el temor es generalizado entre los comerciantes: “En la asociación somos más de 80, y cada vez hay más compañeros que cuentan atracos, persianas forzadas o incluso panaderías asaltadas con cuchillo", relata.
"Ahora ya no hablamos de cómo atraer clientes, sino de cómo defender lo nuestro para no llegar un día y encontrar el local destrozado”, añade.
"Ya estamos acostumbrados a que nos roben"
En otro extremo de la calle, un pequeño comercio regentado por una familia paquistaní muestra el mismo cartel de alerta en su escaparate.
La mujer que atiende detrás del mostrador lo explica con resignación: “Ya estamos acostumbrados a que nos roben. Como son cosas pequeñas no podemos hacer nada. Por eso estamos en varios grupos de WhatsApp y allí nos avisamos entre vecinos y comerciantes cuando vemos a los mismos de siempre. Los conocemos, ya sabemos quiénes son”.
La Asociación de Comerciantes del barrio, de la que forma parte Erika, nació con la idea de promover el comercio local, pero hoy se ha convertido en un espacio de autodefensa colectiva.
“Lo que antes era un lugar para organizar ferias y dinamizar el barrio, ahora es un refugio de comerciantes con miedo. Hemos pasado de hablar de campañas de Navidad a planear cómo proteger nuestros negocios”, confiesa.
Suciedad, tasas y mercadillos ilegales
A la inseguridad "se suma la suciedad". Los trabajadores de la zona reclaman más limpieza porque aseguran que los "cubos de basura rebosan" y que "los camiones de recogida se averían a menudo".
A partir de octubre, además, los vecinos deberán pagar una tasa de 100 euros por vivienda por un servicio que tachan de “deficiente”.
Los mercadillos ilegales, donde cada día se venden objetos robados, aunque ahora se han desplazado a otros puntos, siguen siendo un problema recurrente. “Parece el juego del gato y el ratón”, apunta Erika, que lamenta que “cuando la policía aparece, se van, y al día siguiente vuelven como si nada”.
Un barrio que se vacía
La degradación del entorno ya provoca un éxodo silencioso de familias. “Solo en una clase del colegio se han ido ocho niños este curso. Cada semana conocemos gente que vende su piso y se marcha”, asegura Abraham.
Erika también reconoce que ha pensado en irse, aunque sus hijos y el negocio lo complican: “Nos lo hemos planteado, claro. Pero de momento seguimos, aunque cada vez con menos tranquilidad”.
Los vecinos han preparado una manifestación para este miércoles, 1 de octubre, de la mano de los residentes de Esplugues que también están afectados por la cercanía del municipio.
Autodefensa vecinal
La respuesta de los vecinos ha sido organizarse. Han creado redes de autoprotección: pancartas en balcones, panfletos en comercios, grupos de alerta en Telegram.
La tecnología ha reemplazado al boca a boca de antaño, pero el espíritu es el mismo: cuidarse entre ellos. “Es la única manera de protegernos un poco”, dice Abraham.
Los bares de toda la vida también están en esta red. El camarero de un local de los de toda la vida del barrio señala el cartel en la puerta: “Nosotros no queremos problemas, pero no podemos estar mirando para otro lado. Aquí nos conocemos todos".






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