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¿Te imaginas vivir en un lugar donde no exista el ruido ni la contaminación de vehículos? Lo tenemos más cerca de lo que creemos.

En esta isla el horizonte se abre sin obstáculos y el mar respira a su propio ritmo. Aquí el viajero descubre un territorio tan desnudo como hermoso: un paisaje hecho de arena dorada, caminos sin asfaltar y paisajes exóticos inigualables. En este pequeño mundo sin ruido, las distancias se recorren caminando o en bicicleta. Las calles no tienen coches, solo huellas de pasos que van y vienen entre casas blancas con ventanas de colores.

Casi primitivo, con una belleza que atrapa, se presenta esta isla de Canarias que nunca tiene un turismo masificado y siempre es respetuoso. Así es La Graciosa, la isla más silenciosa y auténtica del archipiélago canario, situada al norte de Lanzarote y habitada por apenas unas centenas de personas. Es literalmente la única isla habitada de Europa sin asfaltar: playas desiertas, senderos volcánicos y un aislamiento tan extraño en estos tiempos como precioso y necesario.
La única isla habitada de Europa que no tiene asfalto: calles de arena rubia, bicicletas y paraíso
En esta isla no hay carreteras asfaltadas ni grandes hoteles. Los vecinos se desplazan en bicicleta por sus caminos de arena fina. Lo que sí hay son playas que parecen sacadas de una película. Desde lo alto del Risco de Famara, La Graciosa aparece como un espejismo dorado en mitad del Atlántico: una franja de arena rubia, silenciosa y luminosa. Sus caminos arenosos y su atmósfera tranquila la convierten en la más reservada y serena de las Canarias.

La mayor reserva marina de Europa
Cuenta con una oferta alojativa pequeña, pero cuidada, especialmente concentrada en Caleta de Sebo, donde se encuentran pensiones, apartamentos y una zona de acampada equipada. Conviene reservar con antelación, especialmente en verano, Semana Santa, Navidad o durante las festividades del Carmen, que es cuando la isla vibra con un espíritu festivo poco habitual en su día a día.

Desde La Graciosa parten excursiones hacia los islotes de la Reserva Marina del Archipiélago Chinijo, un santuario natural de 70.700 hectáreas que constituye la mayor reserva marina de Europa. Allí, las aguas transparentes permiten ver el fondo marino y detenerse en playas remotas para desconectar de la realidad. La Reserva Marina es un tesoro biológico: más de 300 especies de macroalgas, aves marinas y acantilados. En los islotes cercanos aún pervive el recuerdo de la foca monje, extinguida en casi todo el mundo y cuya reintroducción aquí es una esperanza.

En su extremo más frágil, alrededor del Roque del Este, se extiende la Reserva Integral, un círculo inaccesible salvo para la ciencia, donde la vida sigue su curso sin testigos.
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