martes, 12 de agosto de 2025

Canal Viajar : Valle del Elqui: la joya de Chile que fue el primer Santuario Internacional de Cielos Oscuros del mundo

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Uno de los cielos más limpios del globo y cerca de 320 noches despejadas al año explican la concentración de observatorios astronómicos por este valle del Norte Chico chileno, donde los firmamentos estrellados se aliñan con destilerías de pisco, una naturaleza absolutamente marciana y un magnetismo que lo mismo atrae a alternativos de cualquier pelaje que a buscadores de ovnis.

Una joya de Chile con algunos de los cielos estrellados más impresionantes del mundo.

A diferencia de los hielos de la Patagonia y el desierto de Atacama, los valles transversales del Norte Chico chileno todavía suenan poco entre el turismo internacional. El del Elqui, en la región de Coquimbo, empezó a ser la excepción cuando, hace justo 10 años, el entorno de los observatorios astronómicos del valle fue declarado el primer Santuario Internacional de Cielos Oscuros del mundo. Algo que, para el profano, se traduce en uno de los mejores destinos planetarios para algo tan cotidiano para nuestros antepasados, pero tan exótico hoy para un urbanita, como salir en una noche despejada y de poca luna a pasmarse ante un festín de estrellas pavoneándose en las alturas. La más brillante, Sirio, aquí no menos identificable a ojo desnudo que la Cruz del Sur o las Tres Marías de la constelación de Orión; nebulosas, cometas, la senda de diamantes de la Vía Láctea estirándose entre la negritud…

Centro Astronómico Alfa Aldea.

Desde que el mundo es mundo, los seres humanos hemos mirado al firmamento por necesidad o por puro placer. Liberados de hacerlo para orientarnos por los astros o decidir el momento de la siembra, levantamos poco la vista al cielo, y nos perdemos uno de los espectáculos más soberbios de la naturaleza. La contaminación lumínica de las ciudades tampoco ayuda. Por eso, los esquinados lugares donde puede asistirse a semejante espectáculo están viendo peregrinar a cada vez más buscadores de este raro milagro cotidiano. El valle del Elqui es más que sus noches estrelladas, pero estas serán las que, seguro, dejen el recuerdo más emocionante.


Piscos y estrellas

Nadie lo imaginaría al dejar atrás la ciudad costera de La Serena. La tira de asfalto que de espaldas al Pacífico enfila hacia la cordillera de los Andes se acompaña de unos cielos de “pura nube”, como dicen los chilenos. A unos 30 kilómetros, sin embargo, esa panza de burro se desvanece por arte de magia y el azul comienza a sobrevolar por encima de los paisajes marcianos y los cerros cobrizos del Elqui. Forrados muchos de ellos por cactus enormes, otros del todo pelados, a cada lado de la carreterita irán aflorando los primeros carteles hacia la Ruta de las Estrellas y los primeros viñedos.

Experiencia Vino, Arte y Estrellas en VIñedos de Alcohuaz

El río Elqui, y el embalse Puclaro que represa sus aguas, hacen posibles los estallidos de verdor por estas geografías predesérticas. Encauzadas entre las lomas se suceden las plantaciones de cítricos, aguacates o papayas, pero, sobre todo, de uva moscatel, pedro ximénez y torontel, la única variedad criolla empleada para el pisco. Más aún que el vino, este aguardiente es el otro santo y seña del valle. “Las primeras cepas las trajeron en el siglo XVI los españoles para hacer vino de misa”, explican en la visita a la emblemática cooperativa Capel. Por las salas de barricas de también otras, como las pisqueras Doña Josefa y Aba, la Pisco Mistral o Los Nichos, lo iniciarán a uno en su proceso de elaboración y en las alquimias de los alambiques a través de los cuales la mayoría de los piscos chilenos pasarán dos o tres veces, a diferencia de los peruanos, que solo se destilan una. Ya en las catas, se aprenderá a distinguir los matices de, por ejemplo, uno envejecido y otro de guarda. Porque, aunque fuera de Chile el pisco se usa fundamentalmente para la coctelería, sus mejores versiones serían algo así como el brandy nacional.

Ruta de las Estrellas, Valle del Elqui

Si los caminos que antaño usaban los arrieros para transportarlo con sus mulas hoy invitan a rutas senderistas y cabalgatas por los cerros, a los pies de estos va desperdigándose un reguero de localidades con todo el sabor del Chile campesino. A menudo alrededor de una Plaza de Armas, con sin falta su iglesia y sus quioscos de helados, las casitas de colores se entreveran sobre la traza colonial de muchos de estos pueblos. Como bienvenida, algunos como El Molle, cuna de la cultura precolombina de igual nombre, o el nuevo Gualliguaica, levantado a raíz de que el viejo quedara anegado al construirse el embalse Puclaro, y hoy favorito de quienes se entregan al kitesurf y el windsurf por él. Vicuña, con sus ni 15.000 almas, presume de ser la capital del valle, pero casi más de haber visto nacer a la Premio Nobel Gabriela Mistral. Su casa natal es ahora un centro cultural consagrado a difundir su poesía y su legado, aunque su voz, a favor siempre de los humildes, se entiende mejor al adentrarse entre las quebradas hasta su querida Montegrande para visitar la escuelita de adobe donde vivió sus primeros años.

Centro histórico de Vicuña.

De camino allí se habrá ido recalando por Diaguitas, ocupado antes de la llegada de los españoles por la civilización agroalfarera del mismo nombre, o por Villaseca, cuyos restaurantes solares atraen a propios y extraños por sus guisos —cabrito al jugo, pastel de choclo— cocinados en unos insólitos hornos calentados con los rayos de un sol de justicia. También, por Rivadavia, donde confluyen los ríos Claro y Turbio que dan lugar al Elqui, o por Paihuano y el más turístico y mochilero Pisco Elqui antes de perderse por las soledades de los subvalles de Alcohuaz y Cochihuaz. De lo poco que ha cambiado en estos pueblos desde que empezó el goteo de astroturistas es que, aquí y allá, muy discretamente fueron brotando cabañas y hotelitos, casi siempre familiares, donde alojar a tantos como, tras un día de visitas y naturaleza, se preparan para paladear sus firmamentos en cuanto el sol baja el telón. En casonas coloniales por los cogollos históricos, en fincas camperas lejos de todo o en domos circulares desde los que avistar las estrellas sin salir de la cama, no pocos ponen a disposición de sus huéspedes un telescopio, y hasta pequeños observatorios privados y tinajas para un remojón ¡o un masaje! bajo el chisporroteo de las constelaciones.

Iglesia de Pisco Elqui, Valle del Elqui.

De ovnis y observatorios al cosmos

La escasa contaminación lumínica, la sequedad de la atmósfera y esos cerca de 320 días despejados al año que tan buena uva proporcionan para el pisco son a su vez los culpables de que, antes de que el turismo descubriera el valle del Elqui, algunos de los observatorios astronómicos más punteros del hemisferio sur se apostaran por él. Cual asentamiento en Marte, sobre el cerro Pachón gravitan las cúpulas del SOAR y el Gemini Sur, conectado con su gemelo en Hawái, el Gemini Norte, mientras un enorme complejo de telescopios escudriña el cosmos desde el Observatorio Interamericano Cerro Tololo. En estas instalaciones científicas las visitas son gratuitas, aunque escasas y a menudo estarán completas con semanas de antelación. Accesible a diario, el Observatorio Mamalluca, a las afueras de Vicuña, fue el primero en Chile orientado a la divulgación, y es el único municipal del Elqui.

Observatorio Mamalluca, Vicuña.

Puede que sus proyecciones no sorprendan en exceso a quienes ya hayan visitado muchos planetarios. Pero, de acceder al suyo aún con luz a última hora de la tarde, hasta el más curtido se queda sin palabras al salir de su bóveda, ya de noche cerrada, y verse envuelto de repente por el zafarrancho de astros que parpadea en lo alto. Tienen guías que, con sus punteros láser, podrían señalar constelaciones, nebulosas o planetas, y también telescopios con los que buscar los anillos de Saturno o los cráteres de la Luna, aunque nada, ni remotamente, corta la respiración como alzar la vista sin más hacia semejante orgía de cuerpos celestes.

Vino, Arte y Estrellas en Viñedos de Alcohuaz.

También en Vicuña, a los estudiantes de astrofísica que dirigen las observaciones en el anfiteatro al aire libre de Alfa Aldea les gusta incidir en cómo la cosmovisión andina consideraba la Vía Láctea un río celestial y la Cruz del Sur, o Chakana en quechua, representaba la conexión entre el mundo superior, el terrenal y el de los muertos. Mientras los griegos se entretuvieron en hilvanar los puntos de luz de las estrellas más brillantes para dar nombre a Leo, Centauro y tantas otras constelaciones, los pueblos prehispánicos, como diaguitas e incas, buscaron a su vez figuras, pero en las zonas oscuras del firmamento. Ya sí en común con helenos y persas, lo que este les mostrara decidía tanto sus rituales como los quehaceres agrícolas. Es decir, lo divino y lo humano, en una concepción holística del universo que sigue viva por todo el valle.

Estupa de la Iluminación, Cochiguaz, Valle del Elqui.

Esta, seguramente por el magnetismo de las zonas montañosas, viene de lejos y no siempre es tan estrambótica, pero hace casi un siglo la alimentó hasta lo indecible el llamado Cristo del Elqui. Su misticismo, junto a milagros tan fallidos como las veces que intentó volar ante sus hordas de feligreses y acabó, ahí sí, hecho el pobre un verdadero cristo, hicieron en su día correr ríos de tinta. Sin embargo, no aparece nada publicado sobre la supuesta llegada, tras la invasión china del Tíbet, de unos lamas dispuestos, aseguran por aquí, a trasladar el eje espiritual del globo desde el paralelo 30° Norte, en los Himalayas, hasta el 30° Sur, en los Andes. La cosa debió calar entre los movimientos hippy y new age que arraigaron fuerte sobre todo por Pisco Elqui y los valles de Alcohuaz y Cochiguaz. Quedan como rescoldos algunas comunidades esotéricas, las terapias alternativas y retiros que atraen a no pocos, ¡o quizá un momento de meditación ante los petroglifos del Centro Magnético Ceremonial de la Piedra del Guanaco y la budista Estupa de la Iluminación!

Observatorio Mamalluca, Vicuña.

También la prensa local, como exhibe la ristra de fotos del Museo Ovni de La Serena, lleva décadas abriendo de cuando en cuando sus portadas con fenómenos como mínimo extraños. Para echar más leña al fuego, el año pasado se inauguraba el mirador OVNI de Paihuano, con vistas al cerro donde en 1998 cayó un objeto volante que catapultó al Elqui como el Roswell chileno. Mojándose más o menos, algunos de los guías y hasta los astrofísicos que imparten charlas por también otros observatorios turísticos, como el del Pangue, Cielo Sur, Galileo y Chakana, conceden que, a veces, por estos cielos se ven cosas que la ciencia aún no sabe explicar. A dos mil metros entre las cumbres, durante los rituales de conexión con la tierra que, seguidos por una cata, celebra algunas noches la bodega Viñedos de Alcohuaz, será más fácil dar por buenas estas visitas de platillos extraterrestres mientras se avistan por sus telescopios las lunas de Júpiter con una copa de sus vinos de montaña entre manos.

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