El maestro Ronald Reuel Tolkien escribió, en boca de Gandalf, que “Un mago nunca llega tarde, Frodo Bolsón. Ni pronto. Llega exactamente cuando se lo propone”. Y, salvando las distancias, eso es lo que han propuesto un grupo de científicos para argumentar que la inteligencia en el universo podría ser mucho más frecuente de lo que pensamos. Concretamente, Dan Mills, investigador postdoctoral de la Universidad de Munich ha declarado que “Los humanos no evolucionaron ‘temprano’ o ‘tarde’ en la historia de la Tierra, sino ‘en el momento adecuado”, pero para entender el argumento y qué tiene que ver con la inteligencia alienígena, tenemos que poner algo de contexto.
La prestigiosa revista Science Advances ha publicado una investigación bajo el título "Una reevaluación del modelo de ‘pasos difíciles’ para la evolución de la vida inteligente" y, tras ella, se encuentran expertos del programa de Exobiología de la NASA, varios centros de Penn State y la Fundación Alemana de Investigación. Un artículo en el que pretenden enfrentarse a una hipótesis propuesta en 1983 por Brandon Carter conocida como “la teoría de los pasos difíciles” y propone que nuestra aparición como especie era improbable debido al tiempo que tardamos en evolucionar si lo comparamos con la vida útil total del Sol. Dicho de otro modo: hacer seres humanos nos ha llevado tanto que, con un par de imprevistos más, puede que al Sol se le hubiera agotado el tiempo.
Cuestión de números… ¿o no?
Puesto en números: el Sol nació hace aproximadamente 5000 millones de años, le quedan por delante otros tantos y el género Homo apareció hace 2,8 millones. Si hablamos de nuestra especie, estrictamente, solo llevamos unos 250.000 años por aquí. Podríamos pensar que, tal vez, nosotros somos ese caso donde algunos contratiempos han retrasado una evolución que bien podría haber ocurrido antes, pero puestos a especular, es igual de legítimo hacerlo en la dirección contraria y pensar que nosotros somos una concatenación de casualidades propicias para la aparición de vida inteligente. Lo cierto es que no lo podemos saber porque solo tenemos un ejemplo, el único motivo por el que sabemos si somos altos o bajos es que podemos compararnos con otros humanos, pero solo conocemos un planeta donde haya surgido la vida… Por eso, lo más cauto es asumir que nuestra situación es relativamente mediocre y que el tiempo que nos ha llevado a nosotros es el esperable.
Sin embargo, si buscamos poner peros a la hipótesis de Carter, también podemos sugerir que hay especies inteligentes muy anteriores a nosotros. Los primeros pulpos surgieron hace 33 millones de años, es bastante anterior a nuestro caso, pero rascar unos millones de años cuando hablamos de miles de millones tampoco cambia demasiado las tornas. Sobre todo, si pensamos que, desde que se formó la Tierra hace 4500 millones de años hasta la aparición de las primeras formas de vida, tan solo pasaron 700 millones de años.
Un argumento de doble filo
¿Dónde nos “retrasamos”? Uno de los puntos clave fue la aparición de los primeros organismos formados por varias células, cada una con funciones diferenciadas. Esa pluricelularidad no apareció hasta hace unos 2000 millones de años porque, para mantener energéticamente a organismos tan complejos hacía falta oxígeno y hubo que esperar a que aparecieran organismos fotosintéticos que pudieran producir oxígeno a partir de dióxido de carbono, como hacen los árboles ahora. Fue un paso difícil que le vale el nombre a la hipótesis de Carter y que, según él, bien podría no haber ocurrido o, en todo caso, haber ocurrido mucho más tarde.
Y aquí viene la pirueta mental de estos investigadores, que no niegan lo antes dicho, pero lo reenfocan. Como verdaderos gurús del neoliberalismo, donde Carter vio una dificultad, ellos ven una oportunidad, concretamente una “ventana de habitabilidad”. A partir de este nuevo marco, los investigadores sugieren que no podemos considerar que la vida inteligente llegara tarde porque, a fin de cuentas, no podía haber llegado antes, así que… ¿“Tarde” comparado con qué? Y tienen razón, pero Carter no había calculado cuánto tardaba en darse la vida inteligente desde que se presentaran las condiciones ideales, sino desde la aparición del Sol, que tiene un tiempo de vida finito y, como un temporizador, limita cuánto puede demorarse la aparición de vida inteligente antes de que deje de alumbrarlo.
Si la vida inteligente requiere condiciones tan específicas para aparecer que tarda casi la mitad del tiempo de vida de su estrella… el margen para que un imprevisto retrase el proceso y nunca llegue a surgir sigue siendo pequeño. Las palabras de Dan Mills podrían traducirse como “las cosas ocurren cuando es científicamente posible que ocurran”, y tiene razón, tanta que, lejos de ser algo nuevo, es uno de los fundamentos en los que se basa la ciencia misma. El principio de razón suficiente (todo lo que ocurre tiene una razón suficiente para que sea así y no de otra manera) puede remontarse hasta Anaximandro, en el siglo VI a.C. Pero claro, por poder, sí, podría haber más vida inteligente ahí afuera (o lo contrario).
QUE NO TE LA CUELEN:
- Lógicamente, el argumento es más complejo de lo que podemos plasmar en un artículo periodístico. En parte, los autores de la investigación sugieren que esas ventanas de oportunidad no fueron contingentes, no son eventos que puedan pasar o no, sino que son pasos necesarios de la evolución de un planeta. En ese caso la vida inteligente no solo sería más frecuente, sino que resultaría inevitable, pero… ¿por qué iba a ser necesaria la aparición de organismos fotosintéticos? ¿Es necesario que algunos organismos desarrollen inteligencia como estrategia de supervivencia en lugar de otras habilidades mucho más frecuentes en el árbol de la vida?
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